miércoles, 18 de noviembre de 2009

Oración del médico

Jesús médico. Fuente de la obra y la fotografía desconocida.

En México, el día del médico se celebra cada 23 de octubre. Aprovecho esta entrada para felicitar extemporánea o anticipadamente, según quiera verse, a todos los colegas del mundo que escogieron esta noble profesión, a sabiendas de que nunca dejaremos de ser alumnos de la escuela de la Medicina, hasta el fin de nuestros días.

Para llegar a ser y seguir siendo un médico de cuerpo y alma responsable, y sobre todo humilde, que no dañe, que sepa el momento en que deba referir al paciente a una especialidad, debemos continuar con nuestra actualización profesional y estar al día, así, de los avances de la medicina que podamos ofrecer a nuestros pacientes, con o sin recursos económicos.

Es muy triste escuchar a algunos colegas decir que ya lo saben "todo". Tendrían que decir más bien que imaginan saberlo todo.

Dios los bendiga

Dra. María Elena Lozano Gutiérrez.

PD. Les comparto la Oración del Médico (ignoro el nombre del autor).

Jesús nos auxilia. Fuente de la obra y la fotografía desconocida.


ORACIÓN DEL MÉDICO


DIOS MÍO:

Infunde en mí un gran amor para estudiar y practicar la medicina. Inspírame caridad y cariño para todos mis enfermos. No permitas en mí deseos de lucro, ni vanidad ni envidia en el ejercicio de mi profesión.

Dame paciencia para que siempre esté dispuesto(a) al llamado del que sufre y solicita mis servicios, obligándome a veces hasta sacrificar mis horas más gratas de sueño, descanso o esparcimiento.

Haz que pueda atender con igual empeño al que carece de recursos y al que paga mis servicios. Que recete con igual cuidado al amigo como al enemigo; al de buena como mala conducta y hasta al ateo que impío te niega.

Concédeme la gracia que cuando examine y recete a mis enfermos, ninguna idea ni preocupación distraiga mi mente para que mi diagnóstico y terapeútica no tenga error y pueda con tu ayuda devolver la salud de mis pacientes, y conservarles la vida si tus altos designios no determinan lo contrario; porque cuando tú decretas el fin, la ciencia y todo afán son inútiles.

Permíteme siempre que mis enfermos confíen en mí y sigan mis prescripciones y consejos fielmente. Que nunca hagan caso de charlatanes y curanderos ni de amigos o parientes, que pretenden saber medicina empíricamente y sólo ocasionan graves perjuicios.

Mientras me concedas la vida y el ejercicio de mi profesión, dame suficientes energías para perseverar en contínuo estudio y logre así acrecentar y renovar mis conocimientos en beneficio de mis enfermos.

Jamás permitas que me crea un sabio que todo lo puede, pues sin dedicación y estudio diario y sin tu ayuda, nada se alcanza. Concédeme pueda quitar sufrimientos a mis enfermos y aliviarlos, haz que con tu divina voluntad les lleve fe en tí, resignación y consuelo.

AMÉN.

viernes, 30 de octubre de 2009

La ignorancia no tiene límite

Detalle de Peras de Norma Zaro


Artículo del Dr. José Martín Romero Zarur,
publicado en Historias de Galenos III, página 18.



Cuando me encontraba asignado en el área de ginecología, llegó una paciente, a la cual se le realizaría un legrado ya que presentaba sangrado transvaginal importante, por tal motivo le indiqué a la enfermera que me asistía, que la canalizara y le aplicara una inyección, como no cumplía la orden le pregunté -¿Qué está pensando?- a lo que ella respondió -Estoy pensando si primero es el polvo y después el líquido?

miércoles, 23 de septiembre de 2009

El pellizco en la madrugada

Viejos adobes de Enrique Javier Aguayo de la Peña

En mi primera participación dentro de las caravanas médicas a las comunidades, me tocó ir a un pueblo de Campeche. Nos dieron indicaciones de llevar ropa cómoda, botas, lámpara de mano con pilas nuevas, una hamaca, una sábana y un cobertor. El viaje en camioneta, por un camino de herradura, duró entre ocho y diez horas. Llegamos al sitio en el que trabajaríamos a eso de las ocho de la noche. Veníamos empanizados de polvo, pero como el agua está racionada en la localidad, no pudimos bañarnos en seguida (nos pudimos bañar después comprando agua que había sido colectada de la lluvia, la cual purificamos con cloro). Tampoco había luz. Ahí, el único lugar en donde podíamos quedarnos a dormir era una bodega que tenía dos secciones separadas por un muro, en las que guardaban bolsas de fertilizantes. Como veníamos cansados y con sueño, nos indicaron inmediatamente que en una parte se dormirían las mujeres y en la otra los hombres, cada cual en su hamaca.

Yo no puedo dormir durante toda la noche en hamaca, porque al día siguiente amanezco como si me hubieran apaleado. Por lo tanto, se me hizo fácil pensar que, en vez de llevar mi hamaca, allá podría dormir en el piso sobre algún cartón o periódico. Al ver que todos se instalaban y colgaban su hamaca, yo comenté que no había llevado la mía por la razón que mencioné anteriormente. Uno de los lugareños simplemente me dijo: “como quiera doctora, pero aquí hay víboras, cucarachas, ratones, alacranes, etc.” Nerviosa y sonriente le respondí: “Así por las buenas, pues sí me duermo en hamaca, si es que alguien puede prestarme una.”

Afortunadamente, hubo un alma caritativa dispuesta a prestarme la hamaca. Una vez que ya estaba colgada la hamaca, me acosté con la misma ropa de viaje y me envolví como un taco con la sábana y el cobertor porque se sentía mucho frío. Por cualquier cosa, dejé debajo de mí la lámpara de mano. Hecho esto me dormí casi al instante. Y supongo que todas las compañeras hicieron lo mismo porque todo quedó en silencio. A eso de las tres de la mañana me despertó una especie de pellizco en la ingle, me senté automáticamente en la hamaca y busqué a tientas mi lámpara, la que no encontré por el nerviosismo. Lo único que se me ocurrió hacer fue presionar con la mano la parte donde había sentido el pellizco y algo se movió en respuesta. No podía ver nada, así que fue mucha suerte haber podido atrapar el animal, que resultó ser un insecto enorme. Lo saqué de mi pantalón y atemorizada la arrojé con fuerza al piso tratando de que el golpe por lo menos lo aturdiera.

Al día siguiente, todo mundo se enteró y me mostraron un ejemplar semejante al que me había atacado. Es un insecto hematófago, una enorme cucaracha que habita en ese lugar y que mide alrededor de seis centímetros de longitud. Es común que a los lugareños les piquen estas cucarachas en vez de los mosquitos; les deja una marca muy particular parecida a una estrella o como si se hubiesen espinado con algún arbusto. Estuvimos tres días en ese lugar, por fortuna esto no volvió a suceder y el trabajo concluyó felizmente.

martes, 21 de julio de 2009

Debut y despedida

Pensamiento (detalle) obra de Magdalena Hoyos Segovia

Cuando asistimos a las caravanas médicas, para dar consultas gratis a las comunidades, a veces llegamos a pueblos muy pobres que por lo mismo carecen de agua potable, luz eléctrica y no tienen los servicios más indispensables, como un baño o una letrina; normalmente permanecemos en estos pueblos durante una semana, sobreviviendo con lo que hay y con lo que la gente del poblado puede ofrecer.

Por lo general, en estos casos, comenzamos la jornada desde las 9 de la mañana y hacemos una pausa de dos horas solamente para ir a comer y descansar un rato. Reanudamos las consultas a eso de las 16 horas y terminamos hasta la hora en que la luz del sol nos permite trabajar.

Por lo anterior sería lógico pensar que todos los que participamos en estas jornadas o caravanas médicas estamos siempre plenamente conscientes de las precarias condiciones en que habremos de desempeñarnos como médicos, y que, por tanto, sabremos adaptarnos a dichas circunstancias sacando el máximo provecho de ellas en beneficio de los pacientes.

Sin embargo, como en toda regla, siempre hay una o varias excepciones. Y este es precisamente el caso al que quiero referirme aquí.

Hace aproximadamente diez años se incorporó a estas mencionadas caravanas médicas una doctora muy simpática, de Guadalajara, quien al parecer nunca había salido a trabajar a las comunidades rurales.

En su primera visita a uno de estos pequeños pueblos apartados de las “ventajas” de la urbanización, la doctora mostró un comportamiento digno de asombro. El primer día pasó inadvertida, no hizo nada extraño o que nos llamara la atención, pero al día siguiente, cuando llegó el momento del descanso la doctora preguntó al grupo de médicos por el retrete; una compañera se ofreció inmediatamente a escoltarla pues había que alejarse bastante del área de consulta, a fin de hallar un sitio apartado, solitario y protegido de cualquier mirada indiscreta: había que adentrarse en el monte.

Teniendo en cuenta su falta de experiencia para laborar en estas condiciones, debió haberle parecido muy raro a la doctora que alguien tuviera que acompañarla. No tenía idea de que estaba siendo conducida a un lugar que le resultaría del todo desagradable. Tratando de instruirla en esta nueva experiencia sanitaria, la doctora que la escoltaba no dejó de darle consejos en todo el trayecto; precisamente, uno de ellos fue que recogiera las piedras que se hallaban en el camino; la cara de sorpresa de la doctora debió ser tan evidente, que la compañera también tuvo que explicarle el por qué de ello: para hacer sus necesidades, ella tendría que trepar hasta la rama alta de un árbol. Esta explicación, por supuesto, sólo llevó a otra interrogante, ¿para qué tenía que treparse? La respuesta no fue menos sorprendente que la primera: treparía al árbol para evitar ser molestada por los cerdos, que ya marchaban precipitada y atropelladamente detrás de ellas, como sabiendo lo que sucedería.

Sumando un dato al otro, la doctora descubrió que se trataba de hacer algo a lo cual ella de ninguna manera estaba acostumbrada, y ni siquiera dispuesta a experimentarlo. Horrorizada por esta práctica de fecalismo al aire libre, la doctora simplemente dio la vuelta y regresó a sus labores de consulta. Al día siguiente, a primera hora, la doctora se despidió sin dar muchas explicaciones y nunca más volvió a participar en nuestras caravanas médicas. Aunque jocosa, la anécdota solo la conocimos tiempo después, ya que en su momento cada quien estaba ocupado con sus responsabilidades, y aunque comprendimos la inexperiencia de la doctora, el incidente no dejó de ser tema de chuscos comentarios de ahí en adelante.

domingo, 17 de mayo de 2009

El óbito

Detalle del óleo Manzanas de Alex Rivera

En una ocasión, cuando yo todavía era pasante de medicina, recién al haber iniciado mi guardia nocturna en el Servicio de Maternidad del Hospital, al hacer mi ronda de todas las pacientes en trabajo de parto, exploré a una señora multigesta, cuyo parto estaba próximo, pero que no era monitoreada con la frecuencia requerida en estos casos, como sí sucedía con las otras parturientas.

Ante esta situación, me dirigí al médico de base, responsable de su atención, para preguntarle el por qué esta paciente estaba siendo relegada. El doctor amablemente me contestó que no quedaba más que esperar a que el bebé naciera sin que la madre padeciera mayores problemas, ya que aquél era un óbito, es decir, un bebé sin vida.

Basada en mi exploración con el estetoscopio de pinar, pues en esos días todavía no era común el uso del ultrasonido, refuté al doctor diciéndole que el bebé estaba vivo. Por supuesto que el doctor se mantuvo en su diagnóstico y me respondió que eso no podía ser, que él estaba seguro de que se trataba de un óbito. Cabe hacer notar que este doctor siempre presumía de sus aciertos profesionales y de su vasta experiencia.

De cualquier modo, aunque no me correspondía hacerme cargo de esta paciente, decidí quedarme con ella para atenderla en su parto. Yo tenía la convicción de que el bebé estaba en condiciones de nacer mediante parto natural, lo que en efecto sucedió casi enseguida, tocándome recibir un bebé de un llanto muy fuerte, digno de un apgar de 10, que es la mayor valoración que puede darse a un recién nacido sano.

Justo en ese momento entra a la sala de expulsión el doctor del diagnóstico equivocado, quien, con una cara de sorpresa que no pudo disimular, escuchó que el “óbito” lloraba a todo pulmón. Por fortuna el doctor reconoció lo acertado de mi decisión y mi atrevimiento de pasante de medicina no tuvo mayores consecuencias.

miércoles, 13 de mayo de 2009

El cuerpecito

Detalle del óleo Guanabana de Alex Rivera

En el servicio de urgencias recibimos en una ocasión a una paciente en trabajo de parto, ya en período expulsivo, sólo que el bebé era un óbito (es decir, un bebé sin vida). La paciente después del parto pasó a recuperación y al padre del bebé se le instruyó respecto a los trámites legales que tenía que hacer para poder recibir a su hijo y el acta de defunción. Al día siguiente llegó el señor con toda la documentación en regla y se llamó a la doctora en turno, una persona guapa, bien formada y bajita, para que ella hiciera la entrega del cuerpecito que se encontraba en el anfiteatro del hospital.

Pues bien, este asunto que para la doctora fue muy serio, sin embargo, fue motivo de broma por parte de sus compañeros médicos.

Al día siguiente de la entrega del cuerpo del pequeño a su padre, la doctora se encontró con los mencionados compañeros; éstos inician la broma intercambiando risas entre ellos. Pero esta actitud al principio pasó desapercibida a la doctora hasta que ya fue muy obvia, pues los doctores cuchicheaban malintencionadamente. La doctora decidió abordarlos y preguntarles el motivo de tal actitud. Dispuestos a llevar a cabo la broma, los doctores le contestaron pícaramente y muertos de risa que ya se habían enterado de que ella había “entregado el cuerpecito” al padre del bebé. En ese momento la doctora olvidó lo que había ocurrido el día anterior pero de todas maneras se sintió molesta pues entendía el sentido de ese otro tipo de “entrega”. Por cualquier cosa, ella les aclaró que “no era una mujer de ésas” y que por favor la respetaran. Los compañeros al final tuvieron que disculparse y seguramente a partir de ese día habrán pensado dos veces antes de hacer una broma semejante, por lo menos a la misma doctora.

martes, 21 de abril de 2009

Limpieza dental con moraleja

Carnaval de Veracruz 2009

Estando en una de las caravanas médicas, en donde se da consulta general de especialidades y consulta dental en forma gratuita a pacientes de escasos recursos, uno de los dentistas, un hombre maduro y con mucha experiencia profesional, que se hallaba ciertamente bastante agotado después de haber atendido a muchos pacientes, tenía que hacer todavía una limpieza dental más.

Esta última limpieza era para una paciente a la que nunca le habían practicado un procedimiento semejante. Después de unos minutos, a la mencionada paciente le pareció que el dentista hacía su trabajo con mucha rudeza, pues le estaba ocasionando dolor con el prolongado cepillado eléctrico, así que le hizo una señal con la mano para que aquél se detuviera. Entendiendo la señal el dentista detuvo el cepillado de inmediato. Acto seguido, la paciente abre la boca, se saca la placa dental completa y se la entrega al desconcertado doctor diciéndole: “yo creo que le será más fácil limpiarla si la tiene en sus manos”.

Moraleja: el cansancio nos hace cometer errores como éste en el que el dentista no se da cuenta de que la dentadura era una prótesis. Es recomendable, por tanto, tomarse algunos minutos de descanso para estar en condiciones aceptables de trabajo.

El que atora

Carnaval de Veracruz 2009

Trabajando en una comunidad muy pobre en la que la gente habla un dialecto y poco castellano, no es tan fácil interpretar los padecimientos de los pacientes cuando se les cuestiona sobre cuál es el motivo de su visita al médico.

En una ocasión, trabajando en cierta comunidad rural, llega una paciente un poco gordita a la consulta y la doctora le pregunta qué le ocurre, la paciente le dice en su medio castellano que “el que atora” le molesta mucho, le ocasiona mucho dolor en el bajo vientre y a veces no le deja caminar; la doctora tratando de descifrar qué será “el que atora” le sigue preguntando y la paciente le vuelve a decir que “el que atora” estaba ahí molestándola.

Llega un momento en el que probablemente por la cara de interrogación que tenía la doctora, interviene el marido quien la acompañaba y éste le dice: dile cuántos meses tiene “el que atora”.

Y es hasta ese momento cuando la doctora comprende que, a lo que se refiere la paciente es a la criatura, ya que la paciente estaba embarazada, pero su estado no era evidente por su obesidad.

martes, 14 de abril de 2009

El pechito del niño

Detalle de la acuarela Calabaza en tacha de Alicia Leyva

Llega la madre a consulta con su pequeño hijo en brazos, envuelto en un rebozo. El motivo de consulta era una infección respiratoria que no permitía al niño dejar de toser, ni a la madre dormir. Pensando en un problema meramente bronquial y que el niño presentara algún tipo de estridor, el doctor preguntó:

-Señora, ¿le hierve el pecho a su hijo? A lo que la señora rápidamente contestó:

-No doctor, se lo doy así.


La madre se refería a la alimentación directa del seno materno.



Fuente: Historias de Galenos III, p. 24, autor: Dr. José Luis Juárez Torres

miércoles, 1 de abril de 2009

Una respuesta técnica

Detalle de la acuarela Heliconia de Leny Hidalgo

En el año de 1983 haciendo mi servicio social en un Hospital Civil de la región, yo tenía que supervisar la consulta externa de los médicos que hacían su internado de pre-grado y, estando con una de las doctoras en consulta, llegó una paciente con un embarazo ya un poco avanzado, quien le dice a la doctora que por favor le dé algo, o alguna pomada, porque su esposo quería hacerlo "por atrás", a lo que la doctora le contesta (muy técnicamente) ¡ah por el recto! Ingenua o maliciosamente, la paciente corrigió: "pues creo que no se fue recto, sino chueco porque me dolió mucho".

sábado, 28 de marzo de 2009

Cómo no le va a doler

Óleo de Olga Costa, Vendedora de frutas.

Siempre será más importante saber de las personas que de los procedimientos o de los diagnósticos, conocer de ellas, tener empatía ¡saber escuchar! y no pensar por los pacientes o suponer las cosas sin indagar.

En el Hospital donde laboraba mi tío (estoy hablando de 1930), era un nosocomio de asistencia social, con una cobertura regional (de varios estados de la zona occidente de nuestro país), acudiendo habitantes de las diferentes ciudades, como de las rancherías cercanas a los pueblos de la ciudad; al médico de guardia le correspondía atender la consulta no programada, eran tiempos difíciles para el país y, más aun, para instituciones como este Hospital, con muchas carencias materiales, pocos recursos humanos, gran demanda de servicios y mas en día lunes.

Los lunes eran una condición especial en el área de consulta externa, dado que los pacientes que viven en rancherías distantes aprovechaban salir de sus lugares de origen el sábado por el medio día y ser consultados los lunes por la mañana, tratando de retornar inmediatamente para estar lo menos posible en la gran ciudad, por lo que siempre e invariablemente por más espacio que tuviera el Hospital este era insuficiente, las consultas se daban una tras otras; la mecánica era: los pacientes como iban llegando formaban una fila en las afueras del Hospital, justo frente a la puerta principal del edificio centenario, las monjas los introducían al Hospital hasta un corredor del patio principal e iban pasando uno a uno de los pacientes –acompañados siempre, sólo por una persona, esto por el gran número de gente que acudía al Hospital.

En uno de esos lunes estaba mi tío, encargado de la guardia (como eran pocos galenos, la guardia era rotativa, motivo por el cual no les tocaban días fijos de la semana para esa actividad), trabajando en un consultorio equipado modestamente (un escritorio de madera, dos sillas, el consultorio estaba dividido por una sábana, que, colgada en un mecate a lo largo de la habitación, hacía la función de biombo, creando así un espacio de recepción del paciente y su acompañante y otro de exploración teniendo para este fin una mesa y el equipo para la obscultación), cuando a media mañana entra una pareja de origen humilde, campesinos de edad media y acompañada de una monja.

La pareja se sienta en las sillas -una a lado de la otra y enfrente del escritorio del facultativo. Al preguntarles cuál es el motivo de la consulta, el señor, miraba al techo, agarrando su sombrero con las dos manos y haciéndolo girar, no respondía, la señora se agachaba, cubriéndose parcialmente la cara con su rebozo, sin contestar, ni decir media palabra; el doctor les repite en varias ocasiones la misma pregunta obteniendo ninguna respuesta, por lo que cambia el cuestionamiento preguntando: -¿quién es el paciente? El hombre sin emitir palabra señala con los ojos a la mujer, el doctor le pregunta qué le pasa y ésta no dice ¡nada!, tapándose más aún la cara. Entre más preguntaba el médico, más se tapaba la cara la mujer, por lo que con un ademán el médico le pide a la monja que indague con la paciente cuál es el motivo de la consulta.

La monja le pregunta al oído; después de escuchar de escuchar la respuesta de la mujer (también al oído), la monja se dirige al médico y le dice –¡también al oído!- lo que la paciente le ha respondido. El médico voltea a ver a la señora, ésta le rehúye la mirada; el galeno le indica a la monja la pase –a la paciente- al área de exploración, ambas mujeres se dirigen atrás del “biombo”; sin embargo, la paciente se resiste a cooperar para ser valorada clínicamente, teniendo que acudir la madre superiora de la congregación que auxiliaba en las labores de asistir a los enfermos. Después de varios minutos, ¡muchos!, la mujer bajo la presencia de cuatro monjas es valorada por el doctor.

Permitir ponerla de un costado de espaldas al biombo para que el doctor pudiera examinarla, fue una misión titánica; el asunto era que la paciente se quejaba de dolerle su “colita”. En la valoración el galeno detectó un problema de hemorroides en un estado severo de evolución. Sin decir palabra, girando la cabeza y sacándola al área de recepción, donde se encontraba el hombre; hace un ademán con la mano derecha y le pide que se acerque, éste se incorpora de la silla, camina hacia el galeno, quien, tomándolo por el cuello, lo acerca a la mesa de exploración donde la señora se encuentra recostada de lado, de espaldas en relación a ellos, descubierta de los glúteos, separados por las monjas (con sus manos), para mostrarle al señor la gravedad del padecimiento.

El médico sin más ni más le exclama en voz alta (¡ahora sí!): “cómo no le va a doler, si mire como tiene su colita”. En eso voltea y ve la cara de perplejidad del señor; una mirada fija, incrédula, de asombro por lo que el médico: “¿qué nunca le ha visto las nalgas a su esposa?” A lo que el ranchero contesta: “a mi mujer si pero a mi comadre ¡nunca!”. La mujer llora, grita. Las monjas apenadas la tapan y se santiguan. El doctor retira inmediatamente al señor del área de exploración, diciéndole “¿por qué nunca me dijo que no era su esposa?” A lo que el señor responde “porque usted nunca lo preguntó”.

El señor se regreso al rancho solo, a explicarle a su compadre que su esposa (a la que su comadre le había confiado, dado que no podía acudir al Hospital y que sólo le podía confiar la persona de su esposa) se quedaría internada para ser operada de urgencia. El médico aprendió a indagar y preguntar sobre el paciente (y su acompañante), antes de acudir a misas y rezar junto con las monjas una novena de rosarios pidiendo el perdón de Dios por todos los daños o consecuencias negativas que pudieran ocasionar sus actos.

Fuente: Historias de Galenos III, p. 26, autor: Dra. Bertha Félix Rodríguez Díaz

miércoles, 25 de marzo de 2009

El niño del cuerpo extraño

Detalle del óleo de Olga Costa

En el pasillo de la sala de endoscopias vimos a un niño que lloraba incesantemente tomado de la mano de la madre, después de haber presenciado la siguiente escena:

Una voz desde el quirófano: "Pasen al niño del cuerpo extraño".

El pequeño paciente con cara de angustia: -¿Mamá escuchaste eso? realmente tengo el cuerpo ¿"extraño"?

Por supuesto, tuvimos que explicar a la madre que de ninguna forma ofenderíamos a su hijo a quien pretendíamos extraer la moneda que accidentalmente tragó.



Fuente: Historias de Galenos, p. 47, autor: Dra. Rosa Dalia Gallaga González

viernes, 20 de marzo de 2009

El cubetazo

Carnaval de Veracruz 2009

Corría el año de 1958, si la memoria no me es infiel, era el mes de noviembre, me encontraba haciendo mi servicio de pasante en el glorioso "Hospital Juárez" del ahora Centro Histórico de nuestra querida ciudad, había entrado a mi guardia de 24 hrs. a las 8:00 AM sin haber casi dormido la noche anterior, pues ese día me tocaba atender "mi primer parto" y mis nervios se encontraban a su máxima potencia.

Pues dicen por ahí que no hay plazo que no se cumpla y el mío estaba a punto de cumplirse, pasó mi pacientita a un cubículo todo rodeado de vidrios transparentes y una vez colocada en posición obstétrica presentaba ya casi 8 cm de dilatación; atrás del cubículo a mis espaldas tenía colegas echándome porras.

Ya con todo mi equipo y vestimenta de cirujano esperé el momento preciso del período expulsivo y cuando este llegó, mi compañero y amigo de siempre, José Armando, a mi espalda, golpeó fuertemente con su mano el vidrio, acto que me hizo voltear la cabeza y ¡Oh Dios mío, en esa fracción de uno o dos segundos el bebé salió!, no lo pude recibir y sintiéndose medallista de oro en juegos olímpicos, se echó un perfecto clavado a la cubeta de restos placentarios.

Inmediatamente lo rescaté comenzando a efectuar las maniobras de resucitación, y bendito sea Dios todo quedó en el susto y la anécdota pues dos días después, tanto el bebé como la mamá, fueron dados de alta en perfecto estado de salud.

Sobra comentar el llamado de atención impublicable de mi maestro que mientras hablaba, no podía ocultar la hilaridad que este suceso le había causado.

Lo relato a ustedes pues cuando lo recuerdo vuelven a mi mente mis bellos e imborrables recuerdos de mi alma mater "La Universidad Nacional Autónoma de México".

Fuente: Historias de Galenos, p. 47, autor Dr. Rubén González Oceguera

¡Trágame tierra!

Carnaval de Veracruz, 2009

Esto sucedió en verdad, y me hace recordar a un gran amigo ginecólogo recién fallecido.

Estábamos ya como médicos de base, en una pesada guardia de 24 hs. en el servicio de Ginecología, con el agobio natural y el ajetreo del servicio de urgencias. Hubo un paso en el cual por causas desconocidas, se calmó bastante la situación y teníamos cierta tranquilidad. Como a eso de las 4 de la tarde se presentaron unas pacientes preguntando por un medico amigo mío, en admisión. Al ver por quién preguntaban, me acerqué para atenderlas y me llamó la atención que ambas pacientes estaban bastante gorditas y altas. Me comunicaron que querían hablar con el Dr. Fulano y personalmente fui a avisarle distraídamente de la siguiente manera: “oye, Dr. Fulano ahí te buscan dos goooordas en la entrada, que quieren hablar contigo”. Me olvidé del asunto y seguí trabajando.

Como a las 2 hs., me encontré con el Dr. mencionado y por chismoso le pregunté que para qué lo buscaban las pacientes. Tranquilamente y sin hacer ningún aspaviento, me comentó “eran mi mamá y mi hermana, que venían a verme para que les diera unos medicamentos”…

En ese momento me quise desaparecer y que me tragara la tierra. Como nada de eso sucedió, discretamente y sin decir nada (¡qué podía decir!), busqué la graciosa huida sin que nunca me reclamara nada.


Fuente: Historias de Galenos III, p. 9, autor Dr. Luis Carlos Villanueva Samano.