
Detalle del óleo Manzanas de Alex Rivera
En una ocasión, cuando yo todavía era pasante de medicina, recién al haber iniciado mi guardia nocturna en el Servicio de Maternidad del Hospital, al hacer mi ronda de todas las pacientes en trabajo de parto, exploré a una señora multigesta, cuyo parto estaba próximo, pero que no era monitoreada con la frecuencia requerida en estos casos, como sí sucedía con las otras parturientas.
Ante esta situación, me dirigí al médico de base, responsable de su atención, para preguntarle el por qué esta paciente estaba siendo relegada. El doctor amablemente me contestó que no quedaba más que esperar a que el bebé naciera sin que la madre padeciera mayores problemas, ya que aquél era un óbito, es decir, un bebé sin vida.
Basada en mi exploración con el estetoscopio de pinar, pues en esos días todavía no era común el uso del ultrasonido, refuté al doctor diciéndole que el bebé estaba vivo. Por supuesto que el doctor se mantuvo en su diagnóstico y me respondió que eso no podía ser, que él estaba seguro de que se trataba de un óbito. Cabe hacer notar que este doctor siempre presumía de sus aciertos profesionales y de su vasta experiencia.
De cualquier modo, aunque no me correspondía hacerme cargo de esta paciente, decidí quedarme con ella para atenderla en su parto. Yo tenía la convicción de que el bebé estaba en condiciones de nacer mediante parto natural, lo que en efecto sucedió casi enseguida, tocándome recibir un bebé de un llanto muy fuerte, digno de un apgar de 10, que es la mayor valoración que puede darse a un recién nacido sano.
Justo en ese momento entra a la sala de expulsión el doctor del diagnóstico equivocado, quien, con una cara de sorpresa que no pudo disimular, escuchó que el “óbito” lloraba a todo pulmón. Por fortuna el doctor reconoció lo acertado de mi decisión y mi atrevimiento de pasante de medicina no tuvo mayores consecuencias.